lunes, 3 de marzo de 2008

José Zorrilla

La presencia en la cultura occidental de la figura de Don Juan Tenorio ha sido determinante, no sólo por los recurrentes intertextos literarios y discursivos de que es objeto, sino además por la influencia que ha tenido en la configuración identitaria del rol masculino en nuestra sociedad. Prototipo del hombre romántico, don Juan es más un antihéroe que un héroe propiamente tal. Se trata de un hombre extraño, inadaptado, indiferente de las normas y las leyes sociales, orgulloso, arrogante, harto de fortuna y vigor. Se le caracteriza además por su gran poder de seducción sobre las mujeres y su maestría en las artes de la lucha. ¿Qué se puede decir dentro de este contexto de doña Inés?

Doña Inés es, por antonomasia, la mujer pura, la casta, la virgen, la mujer enamorada, prototipo de la mujer romántica. Pero, ¿qué significa esto? O más bien, ¿qué implica para la configuración de un estereotipo femenino?
LA MUJER COMO INSTRUMENTO

Las tareas y características que la sociedad asigna a cada sexo se conocen como roles y estereotipos según el género. Según lo estipulado para el rol masculino, los hombres son líderes, dominantes, autoritarios, agresivos, confiados en sí mismos y más capaces de controlarse que las mujeres, mientras que éstas son catalogadas como dependientes, pasivas, modestas, emotivas y más aptas para las tareas del hogar y el cuidado de la familia. ¿De dónde sacamos estas ideas sobre masculinidad y feminidad? ¿Están basadas en diferencias biológicas entre los sexos, o en las expectativas de una sociedad acerca de la manera cómo los hombres y las mujeres deberían actuar?

Desde la niñez se nos educa para cumplir estos roles de manera eficaz. Las jugueterías están repletas de artefactos destinados a las niñas, juguetes cuya función es preparar a la futura mujer para cumplir el rol social que está destinado para ella: la maternidad, la cocina, la belleza. Mientras que los juegos de los varones incentivan la asertividad, la creatividad y la iniciativa, los de las niñas fomentan la pasividad y la obediencia a normas culturalmente establecidas.

Si ponemos atención al estereotipo femenino, no tardaremos en darnos cuenta de un detalle interesante: La mujer es vista como buena en tanto que es útil , es decir, en la medida que satisface alguna necesidad del varón.

La mujer, mirada desde un punto de vista histórico y sociológico, no tiene valor por sí misma, por el solo hecho de "ser" mujer. Se es buena en tanto que "útil" para algo; de este modo, cuando se quiere elogiar a una mujer, suele decirse: "es buena madre", "es hermosa", "es mujer de su casa", "es buena esposa", "es buena cocinera" y otros calificativos más que apuntan a las actitudes femeninas más que a su esencia.

Ejemplo de esto lo encontramos a lo largo de toda la literatura; y lo más curioso es que suele ser más evidente en aquellas obras tachadas como canónicas dentro de la literatura universal. En la obra de Zorrilla encontramos esta instrumentalización de la mujer en un plano extremo; recordemos que Doña Inés estuvo a un paso de sacrificar su salvación eterna por salvar a Don Juan.

A propósito de esta obra, se abordará como primer punto de análisis del texto la visión de la mujer como mediadora entre el deseo del varón y su consecución, a través de dos ítems: la mujer como instrumento de belleza (mediadora del placer del varón) y como instrumento de salvación (mediadora entre Dios y los hombres)

1. La mujer como instrumento de belleza.

¿Qué define a una mujer hermosa?

Un estudio realizado por Goldberg y Gottesdiener en el artículo "Another Put Down of Women? Perceived Atracctiveness as a Function os Support for the Feminist Movement" publicado en el Journal of Personality an Social Psychology en 1975, revelaba la asociación existente entre aceptación del rol femenino por parte de la mujer y su imagen estética frente a los varones. Se le mostró a dos grupos de estudiantes un conjunto de fotografías de mujeres, de las cuales la mitad era feminista. Al primer grupo no se les dio este dato y se les pidió simplemente que las agruparan según su atractivo; el resultado fue variable y equitativo. Al segundo grupo le mostraron las mismas fotos y, cuando se les pidió que las separaran entre feministas y no-feministas, invariablemente el estereotipo prevaleció: las menos atractivas fueron identificadas como feministas. ¿Qué conclusión puede obtenerse de este experimento? ¿Es que una mujer que reniega del estereotipo que le ha cargado la cultura no puede caber dentro del espectro de lo bello?

La escritora Naomí Wolf en su libro "El mito de la belleza" nos dice al respecto de la belleza:

El mito de la belleza se basa en esto: la cualidad llamada "belleza" tiene existencia universal y objetiva. Las mujeres deben aspirar a personificarla y los hombres deben aspirar a poseer mujeres que la personifiquen. Es un Imperativo para las mujeres pero no para los hombres, y es necesaria y natural, porque es biológica, sexual y evolutiva, Los hombres fuertes luchan por poseer mujeres bellas, y las mujeres bellas tienen mayor éxito reproductivo que las otras. La belleza de la mujer debe correlacionarse con su fertilidad, y como este sistema se basa en la selección sexual, es inevitable e inmutable.

Nada de esto es verdad. La "belleza" es un sistema monetario semejante al del patrón oro. Como cualquier economía, está determinada por lo político, y en la actualidad, en Occidente, es el último y más eficaz sistema para mantener intacta la dominación masculina.

El Romanticismo español fue uno de los movimientos literarios que más énfasis le otorgó a la belleza femenina como elemento fundamental del estereotipo; surgieron así las mujeres más bellas que el sol, más delicadas que la pluma, más frágiles que una hoja en otoño, etc. Don Juan Tenorio no es la excepción. El idealismo y el subjetivismo tan característicos del periodo romántico se vuelcan sobre la figura femenina, corroborando el estereotipo del género, pero a la vez enfatizando en el carácter débil de la mujer. Y, qué curioso, esta debilidad parece formar parte importante de la belleza femenina.

¿Por qué algo débil podría considerarse hermoso? Tal vez la pregunta correcta sería ¿a quién le resultaría hermoso? ¿Quién se beneficia de la debilidad del otro? Por muy estético que sea el beneficio de la belleza, el matiz de la debilidad tiene un lado oscuro: el de la posibilidad de dominación.

La imagen de nuestra Doña Inés desmayándose a cada instante, raptada en brazos de Don Juan, a punto de caer en la oscuridad de la locura por el amor de Don Juan calza como en un puzle dentro de la configuración romántica del género. De paso, contribuye a fortalecer la imagen del varón audaz, fuerte, aventurero. Es en este sentido en que la belleza de Doña Inés se instrumentaliza: es medio, condición, vía para demostrar la superioridad del varón.

Dentro de este mismo supuesto, la belleza de la mujer sólo adquiere significado en tanto que sirve de satisfacción al hombre. Se es "bella" para alguien, para agradar a alguien, no para una misma. La belleza de Doña Inés le es útil a Don Juan por cuanto satisface su ego y su necesidad de placer estético.

2. La mujer como instrumento de salvación.

Zorrilla alguna vez dijo: "Mi obra tiene una excelencia que la hará durar largo tiempo sobre la escena, un genio tutelar en cuyas alas se elevará sobre los demás Tenorios: la creación de mi Doña Inés cristiana..., flor y emblema del amor casto". El estereotipo del Don Juan que había sido impuesto por Tirso de Molina es roto y en muchos aspectos superado por el de Zorrilla, como dice el propio autor, gracias a la imagen de una mujer: Doña Inés. Suele decirse que lo que lo distingue de los otros "Don Juanes" no es el poder de seducción sobre las mujeres, sino la imagen de la redención del pecador por mediación de una mujer pura. Cabe, sin embargo, la pregunta: ¿se redime realmente Don Juan? Y, por otra parte: ¿qué subyace a esta intermediación de Doña Inés por Don Juan?

Divisamos en este episodio la presencia de las dos tendencias claves del romanticismo: la conservadora, arcaizante y creyente, representada en Doña Inés, y la renovadora, revolucionaria y descreída, consecuencia del enciclopedismo francés, representada por la figura de Don Juan. Llama la atención la poca importancia que se le atribuye a Doña Inés, a pesar de su acto de heroicismo. De hecho, a pesar de que los valores como el temple, el coraje, la bondad que están asociados tradicionalmente al protagonista y que le llevan al triunfo, los ha puesto Zorrilla en la figura de Doña Inés, pues es ella quien arriesga su salvación eterna por causa de Don Juan, termina en el total abandono, incluso después de la muerte. Frente a su figura la de Don Juan nos parece grotesca, pues "se arrepiente" (?) de sus fechorías en el último minuto y su contrición parece obra más del temor que de verdadera devoción.

Hay otro aspecto interesante aquí para el análisis: en el acto heroico de Doña Inés, se pone a Don Juan por sobre la figura del propio Dios, porque, recordemos, Doña Inés prefiere la condenación al lado de su Don Juan, antes que la salvación eterna sin él. ¿Es que el alma de una mujer es menos importante que la de un hombre, incluso la de un sujeto de tan baja moral como Don Juan? Otro hecho viene a corroborar esta idea: Inés parece no hacer mucho caso de la muerte de su padre a manos de su amado. Sigue amándolo a pesar de todo. En este sentido, se cumple la propuesta del Romanticismo en la cual el amor está más allá del bien y del mal. Como lectores tenemos que entender que Doña Inés es capaz de pasar por sobre todo los valores más elevados (Dios, la familia, el amor propio inclusive) sólo por un hombre. Ella no interesa: interesa sólo Don Juan. Zorrilla la ha puesto en la historia con un único fin: rescatar de las garras del infierno al personaje masculino principal. Desde esta perspectiva, se trata de un personaje necesario, útil para que aquel realmente importante, es decir, Don Juan, se salve. Doña Inés pasa entonces de ser una bella heroína a ser un vulgar instrumento.

La académica de la Universidad de Concepción, profesora Patricia Pinto, en su trabajo sobre Don Juan Tenorio denominado "De la jaula a la red, afirma lo siguiente:

El hecho mencionado adquiere su expresión máxima en la afirmación de Don Juan hacia el final de la obra respecto de Doña Inés: "Dios te crió por mi bien' y, en efecto, para el bien de los hombre parecen estar estas mujeres en el mundo.

La idea de que las mujeres como género existen para beneficio del varón se remonta en nuestra cultura occidental judeo-cristiana al Génesis, a la versión y lectura ortodoxa de éste. También a la cultura clásica grecorromana.

Podemos agregar aún un tercer matiz a esta preponderancia del varón: Doña Inés, luego de que Don Juan se fugara a Italia, regresa al convento donde muere "de pena". La lectura es obvia: no puede vivir sin Don Juan. ¿Por qué no muere Don Juan de amor por Doña Inés? Al varón se le perdona todo: el asesinato, el olvido, el engaño; nos preguntamos: ¿qué hubiera pasado si el personaje de Don Juan hubiera estado personificado por una mujer? ¿Habría obtenido igual derecho a redención? ¿La habría esperado el amado aún después de la muerte? Si analizamos otras obras románticas de la época, nos daremos cuenta de que la mujer sólo cumple dos funciones dentro de ellas: puede salvar al varón, o perderlo. Su constante cercanía con la idea de la muerte confirma esta instrumentalización. Si vive, que sea para placer del hombre; si muere, que sea para salvarlo. Si el caso es el contrario, la muerte se la tendrá bien merecida. No caben más comentarios a este respecto.

LA MUJER COMO INCORPOREIDAD

Ya bastante hemos hablado del papel redentor de Doña Inés. Sin embargo, existe otro aspecto que es interesante de abordar y que se encuentra íntimamente relacionado con éste: la predilección entre los escritores románticos por la figura de la mujer incorpórea. La debilidad de la mujer la aproxima constantemente a la muerte, al no-ser. Su filiación con lo espiritual la aleja de la carnalidad. Una mujer donjuanesca no tiene cabida en el mundo de los románticos porque el placer se le ha denegado a lo femenino. Recordemos un hecho importante: el personaje de doña Inés regresa luego de su muerte en una forma inconcreta, bajo la apariencia de una sombra en medio de la noche. Su único atisbo de materialidad es cuando está figurada en la estatua (nótese el carácter de frialdad, rigidez e inanimación de esta imagen), pero cuando por fin toma la palabra, es ya una sombra. Tiene poder; en ese momento es superior a Don Juan, porque en sus manos está su salvación eterna; pero para contrarrestar esta imagen de poderío, Zorrilla la ha reducido a una sombra; y aún peor: una sombra en medio de la noche. ¿Qué hay menos visible y menos tangible que esto? Está bien; algunos podrán esgrimir que se trata de un fantasma. Pero aún el fantasma de Don Gonzalo tiene más corporeidad que el de Doña Inés.

La mujer no puede tener cuerpo. Y cuando lo tiene, no puede utilizarlo en su propio beneficio. No tiene derecho al placer, como, por ejemplo, Don Juan. Hay algo aún más evidente a este respecto: mientras menos "carnal" es una mujer, más apetecible le resulta a Don Juan. No olvidemos que Doña Inés es una novicia. Doña Inés es prefigurada por Zorrilla como antítesis de Don Juan. En este sentido, ella encarnaría el honor, la virtud, la religión y, en último término, la no carnalidad, mientras que Don Juan sería ejemplo de la transgresión, la maldad, el descreimiento y la subyugación a los sentidos. En términos freudianos, Don Juan es sólo ID y Doña Inés sólo SUPERYO. Esta antítesis es la clave que permite la lectura de la obra y su desarrollo: se trata de una lucha simbólica entre el cuerpo y el alma, personificados en ambas figuras. ¿Qué resultado se obtiene de esta lucha? Se puede mirar desde dos diferentes perspectivas:

¨ se salva el cuerpo de Don Juan a costa del alma de Doña Inés (traducción: si don Juan es puro cuerpo y Doña Inés pura alma, se salva uno en virtud de la otra)

¨ se salva el alma de Don Juan a costa del cuerpo de Doña Inés. (traducción: Doña Inés debe morir, debe renunciar a su cuerpo y transformarse en sombra para salvar el alma corrupta de Don Juan).

La imagen de la mujer como custodia del alma y de la vida espiritual del hombre es común entre los escritores del siglo XIX. Retomando la idea de la antítesis entre Don Juan y Doña Inés, podemos llegar a otra conclusión respecto de la incorporeidad de ésta: Doña Inés es espejo de las necesidades, deseos y obsesiones de Don Juan. Como todo espejo, invierte la imagen del otro-real, y todo aquello que parece como negativo en el carácter de éste, es reflejado como positivo en ella. No sería descabellado decir que Doña Inés no es más que la sombra de Don Juan, una especie de "otro-yo" invertido. Recordemos que el propio Don Juan la llama "espejo y luz de mis ojos"; ¿qué es esto sino ver en ella el reflejo de su propio egocentrismo?. Doña Inés no existe verdaderamente en la obra: no es más que un objeto sin vida, sin deseos propios, sin individualidad. Charles Horton Cooley, quien fue uno de los primeros teóricos en considerar los orígenes sociales del yo, desarrolló la idea del espejo para mirarse a sí mismo; planteaba que nuestro sentido del "yo" lo adquirimos al vernos reflejados en las actitudes y en los comportamientos de las otras personas hacia nosotros, e imaginando qué piensan de nosotros. De acuerdo con Cooley, el espejo para mirarse a sí mismo tiene tres partes: lo que imaginamos que los otros ven en nosotros; la forma como imaginamos que juzgan lo que ven; y la forma como nos sentimos sobre estos juicios. El sentido del yo de Don Juan es fortísimo; tanto, que actúa casi siempre guiado por esta imagen que los demás tienen sobre él; teme romper su imagen porque al hacerlo, deja de ser él mismo. ¿Qué se puede decir al respecto de Doña Inés? Por una lado, es vista como objeto de pureza (se consagrará a Dios) y por otro, como objeto de deseo (Don Juan la quiere para sí). Esta última posibilidad la aproxima a su yo carnal, concreto; pero Don Juan se encarga de destruir esta posibilidad rápidamente. ¿Qué imagen podría tener Doña Inés de sí misma? Sólo cabía para ella una posibilidad que conciliara tan discordantes vertientes: transformarse en la mismísima Virgen María.

Doña Inés toma el lugar de la Virgen y de este modo sigue siendo mujer (porque actúa en función del amado) y sigue siendo espíritu (porque actúa como santa). El volverse co-redentora para salvar al pecador, supera incluso a la madre de Jesús, porque ofrece su propia alma por la salvación de Don Juan. Este "volverse Virgen María", acentúa aún más la pérdida de carnalidad en Doña Inés. No hay mujer más inviolable, más intangible, más ajena al deseo que la Virgen.

Refiriéndose al impacto de la religión sobre la sexualidad de la mujer, Naomí Wolf nos dice:

El sentimiento de culpa de origen religioso reprime la sexualidad de la mujer. El investigador sobre temas sexuales Kinsey comprobó, según una cita de Debbie Taylor, que "las creencias religiosas tenían poco o ningún efecto sobre el goce sexual del hombre, pero eran capaces, en cambio, de cercenar con la misma eficacia que un cuchillo para circuncisión el placer que la mujer podría haber experimentado.

¿No es acaso esta transfiguración de Doña Inés en Virgen una mutilación de su feminidad? Y, yendo aún más lejos, ¿qué representa entonces Doña Inés en tanto que mujer dentro de la obra? Primero, a la mujer como objeto de deseo; segundo, a la mujer como instrumento de placer; tercero, a la mujer perfecta, esto es, a aquella que no tiene derecho a ser mujer, a la que no existe, a la que no puede pensar para y por ella y que, en cambio, sólo puede pensar para y por el hombre.

BIBLIOGRAFÍA

1. PINTO, Patricia. De la jaula a la red. Documento de internet.
2. WOLF, Naomí. El mito de la belleza. Barcelona, Emecé Editores, 1991.
3. ZORRILLA, José. Don Juan Tenorio. Santiago, Sociedad Editora Revista VEA Ltda.1987.

Otros recursos:
1. Apuntes de Sociología y Antropología de la Universidad del Bío-Bío, Campus Chillán:
- La socialización: "Naturaleza" y "Crianza".
- Roles según el género y las desigualdades